A partir de le Revolución Francesa (1789), la burguesía asume el poder político en Francia y consagra las ideas de libertad, igualdad y fraternidad. Esos principios sirven de base al movimiento liberal que pregona la libertad de pensamiento, expresión y asociación del individuo, defiende la soberanía popular y sostiene que el poder reside en el pueblo, que lo ejerce a través de sus representantes elegidos por sufragio universal.
La política expansiva que sigue el emperador francés, Napoleón Bonaparte, con el pretexto de propagar las ideas de la Revolución sume a Europa en la guerra durante los primeros años del siglo XIX. Ello provoca, por una parte, provoca la reacción de las monarquías que acabarán derrotando a los ejércitos napoleónicos en 1815, y por otra, favorece el auge de los nacionalismos ya que los pueblos invadidos quieren reafirmar su identidad histórica y cultural frente al invasor. Aunque las monarquías absolutistas quieren imponer los principios del Antiguo Régimen, las ideas liberales si irás abriendo paso en muchos países. La burguesía, que experimenta un gran auge económico con la revolución industrial, aumenta su poder político e intenta modificar las estructuras sociopolíticas dominadas por la nobleza. De ahí que el liberalismo y el absolutismo se enfrenten a lo largo de estas primeras décadas del siglo XIX.
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